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sábado, 12 de mayo de 2018

Los pisos

Los pisos

Leandro, después de terminar de atender al último paciente, fue a visitar a un amigo. Este vivía a dos cuadras de su casa. Casa que aparte la usaba como consultorio. Era psicólogo. 

Con su amigo cada tanto se juntaban para hablar de sus vidas, compartir tardes de mate.  

Una vez que llegó, en el primer piso se le aparecieron un montón de niños con guardapolvo blanco. Tomaban la merienda luego de haber corrido y jugado un largo rato. Aunque también había otros viendo dibujitos en la TV, pateando una pelota, dibujando. 

Estuvo hablando con ellos y con varios padres. El ascensor no se movió. Mas tarde lo tomó para dirigirse al segundo piso. 

Al bajar se encontró con adolescentes gritando. Cantaban, bailaban, tocaban instrumentos musicales. Ademas de fumar y tomar cerveza. Algunos llevaban camperas de cuero, usaban piercing. A otros las musculosas le dejaban ver los tatuajes que tenían en los brazos. Probó hablarles.

De fondo sonaba una música electrónica a altísimo volume. No se escuchaba nada de lo que Leandro decía. Sumado a que muchos llevaban auriculares puestos o estaban con la mirada concentrada en sus celulares. Ni registraban su presencia. Así que caminó nuevamente hacia el ascensor. Este estaba ahí parado y con la puerta abierta. Como si lo estuviese esperando. Una vez que se subió arrancó.

En el tercer piso vio a un grupo de jóvenes. Vestían camisas, remeras, sueter, pantalones de jean. Los había sentados frente a la computadora,  hablando por teléfono, tocando las teclas del celular.  Otros escribían, leían, pintaban o realizaban actividad física. Fumaban, bebían vino, cerveza o agua. Hablaban de sus trabajos, carreras, anécdotas de la facultad, deseos de viajar, recuerdos de algunas vacaciones, sus proyectos. La relación con sus padres, amigos, parejas. Mezclados con charlas de deporte, música o películas. Quiso decirles algo pero fue en vano. Este grupo se mantenía firme en sus actividades o conversaciones. No le prestaban la mínima atención. Fastidioso, Leandro se fue de nuevo al ascensor.


En el cuarto pudo observar gente adulta. Algunos de ellos llevaban a sus hijos en sus brazos, caminando o en cochecitos. Aparecían conversaciones sobre como veían el futuro de sus hijos, su entorno. Saltando a diálogos acerca de la situación del país o sus trabajos. Ademas de quejarse del transito, la inseguridad o cosas que debían pagar. 

Aunque también hablaban de comidas, fútbol, viajes que hicieron, modelos de autos, marcas de celulares, estrenos de cine o recitales que fueron. Si estaban solos, casados, en pareja. Sumado a que de vez en cuando florecían recuerdos como viejos amores, amigos que no veían, lugares que fueron cuando eran mas jóvenes. Cosas que ya no están. Leandro les empezó a decir que el era psicólogo. Algunos se interesaron. Les dio una tarjeta con todos sus datos para después tomar nuevamante el ascensor.

En el quinto piso no vio nada. Gritó sin que ninguna voz le contestara. Recorrió el lugar. Era un enorme salón vacío. Rodeado por paredes pintadas de blanco y un piso de madera. Volvió a hablar pero no tuvo ninguna respuesta.  Lentamente el espacio se iba cubriendo de un humo blanco que le dificultaba la visión. 

Preocupado fue de nuevo al ascensor. Este ahora no hacía nada. No se movía. Gritó. Ninguna voz respondía. Pateo las paredes, las puertas del ascensor. Nadie lo escuchaba. 

De pronto despertó. Estaba todo transpirado. Miró el reloj. Eran mas de la una del mediodía. Ya que la noche anterior invito a algunos amigos a festejar su cumpleaños número 42 y se acostó tarde. Al tomar su celular vio mensajes y llamadas de pacientes que fueron a su consultorio como habían acordado. Aunque también había otros para pedir turno.